Tristes y desalentados

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Cada día va quedando más en evidencia que el problema de la violencia en nuestro país, venga de donde venga, se justifique o como se pretenda justificar, es realmente la violencia misma. No se puede analizar de otra manera; violencia ocurre en muchos otros lugares pero el nivel de destrucción que observamos entre nosotros no se ve habitualmente en ningún país que no se encuentren en un estado de guerra.
La violencia que observamos entre nosotros es simplemente devastadora. Ese hacer daño, destruir e incendiar todo lo que se ponga por delante escudándose en protestas, irónicamente denominadas como “pacíficas”, constituye no solamente un despropósito sino una especie de anestésico para encubrir en el fondo las más bajas pasiones del ser humano. Equivalente al actuar de aquellos integrantes de las antiguas tribus de la prehistoria que gozaban quemándole la vivienda y los enseres a los hombres y mujeres de las tribus rivales durante la conquista de nuevos territorios para someterlos y esclavizarlos.
A estas alturas ya nadie puede ser llamado a engaño. Todos hemos sido testigos de cómo terminan las cosas cuando se convoca a una manifestación que de pacífica no tiene nada. Las hordas convocadas por las redes sociales van a aparecer inevitablemente causando el caos y la destrucción por doquier sin respetar nada ni a nadie y lo peor es la desprotección en que quedan sus víctimas y la impunidad en que quedan sus autores.
Muchos reclaman solicitando una mayor acción y control de la fuerza pública pero no cooperan en absoluto manifestando públicamente su indignación ante tan deleznables hechos. Peor aún, los estimulan consciente o inconscientemente argumentando públicamente que están de acuerdo con estas manifestaciones pretendidamente pacíficas a sabiendas de lo que se están exponiendo. Nadie reclama con fuerza manifestando su indignación ante estos hechos y quienes se refieren a ellos lo hacen con una actitud de tristeza y desaliento como si fuese un pecado protestar con energía contra los vándalos.
No dudan en cambio un segundo en reclamar airadamente cuando opinan que la fuerza pública actúa con rudeza y energía. ¿Qué es lo que esperan?…¿Que contengan a una horda descontrolada solicitándoles caballerosamente que se contengan o regalándoles caramelos?… Incluso llega a dar risa cuando observamos que cuando los atrapan cuidan de no tocarlos ni con el pétalo de una rosa para que no los acusen de trasgredir los derechos humanos considerando que hay un millar de ojos observándolos y dispuestos a acusarlos.
Son realidades evidentes que nadie se atreve a decir abiertamente, pero no por ello dejan de constituir una triste realidad. Se trataría de algo “políticamente incorrecto”, aquello que no se puede decir por miedo a las consecuencias. Actitud abiertamente hipócrita si nos preguntamos: ¿A quienes benefician realmente las leyes penales que nos rigen?..¿A los delincuentes o a las víctimas de sus desmanes y fechorías?… Para los delincuentes todas las garantías posibles, hasta abogados defensores pagados por el Estado. ¿Y las víctimas?… Deben conseguirse un abogado y confiar en que fiscales con miles de causas a su cargo se encarguen, cuando les queda tiempo, de perseguir el delito y conseguir evidencias que convenzan a jueces con frecuencia con las manos amarradas por la legislación vigente.
Puedo ser injusto y estar equivocado en algunas apreciaciones, pero es precisamente la percepción que tiene la mayoría de los ciudadanos, por lo que muchos no se atreven ni siquiera a denunciar hechos delictuales para “no perder el tiempo” en algo que presumen sin destino. Tristes y desalentados continúan su camino confiando que la Divina Providencia los proteja la próxima vez. Patética realidad de la que todos somos responsables al no reaccionar en la forma adecuada levantando la voz ante tamaño desprotección e injusticia.
No sacaremos nada con continuar reclamando contra el gobierno de turno en busca de protección. No se trata tampoco de comprar un arma para defendernos. La mejor arma es simplemente la palabra, no aislada sino la de muchos adecuadamente organizados. Es urgente que surja una corriente que alce la voz en forma enérgica y decidida, Con lamentarnos y con actitudes tibias, propias de indecisos y pusilámines, nada va a cambiar. Si los ciudadanos no tomamos luego la iniciativa los artífices de la violencia nos van a continuar pasando por encima.

Dr. Gonzalo Petit
Médico