Educar en la justicia y la paz

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La justicia y la paz se adquieren y maduran en el seno de la familia como célula originaria de la sociedad y son justamente los padres los primeros que tienen la misión y tarea de sembrar la semilla, para luego cultivarle y cuidarla hasta su pleno desarrollo. Es allí donde los hijos aprenden los valores que les permiten una convivencia constructiva y pacífica a través de la solidaridad entre las generaciones, el respeto de las reglas, el respeto hacia el otro, el perdón y la acogida de unos a otros. Es por ello la primera escuela donde se recibe la educación para la justicia y la paz, tan ausentes y necesarias en el convulsionado mundo en que vivimos.
A mayor abundamiento, todos percibimos que vivimos en un mundo en que la familia, y también la vida misma, se ven constantemente amenazadas y, a veces, destrozadas. Debido a condiciones de trabajo a menudo poco conciliables con las responsabilidades familiares, la preocupación por el futuro, los ritmos de vida frenéticos, la emigración en busca de un sustento adecuado, cuando no de simple supervivencia, acaban por hacer cada vez más difícil la posibilidad de asegurar a los hijos uno de los bienes más preciosos: la presencia de los padres; una presencia que les permita compartir en forma presente el camino con ellos, para transmitirles esa experiencia y cúmulo de certezas que se adquieren con los años, y que sólo pueden comunicarse pasando juntos el tiempo.
Una innegable realidad que nos permite afirmar, sin temor a equivocarnos, que “el futuro de la sociedad se fragua en la familia”, por lo que es a todas luces fundamental revalorizarla, especialmente en nuestro país en que más de 2/3 de los hijos nacen sin un padre. De modo que tener un padre presente se ha transformado con el tiempo en un lujo en Chile, lo que crea una situación inestable que estremece profundamente el orden social en que nos desenvolvemos.
A consecuencia de ello vemos a muchos jóvenes desorientados y atrapados por las drogas, el alcohol y el estremecedor negocio millonario del narcotráfico que provienen de familias desintegradas. Muchos delincuentes juveniles, verdaderos soldados de los narcotraficantes, caen en la tentación de una vida fácil en busca de lujos y reconocimiento impensado entre sus pares, cometiendo diversos delitos, entre robos, asaltos a mano armada, secuestros e incluso homicidios, sea con objetivos de venganza o ante la oposición de sus víctimas, sembrando el terror y un reguero de dolor muchas veces también en sus propias familias.
La mayoría de ellos ha carecido de una acogida en el seno de un hogar gratificante, sino que han padecido violencia intrafamiliar, irresponsabilidad o agresión de un padre violento y acomplejado. Muchos de ellos llegan al suicidio durante su adolescencia o bien sólo lo intentan, debido a que no encuentran entre los suyos un ambiente que les inspire confianza y seguridad, sino sólo reproches, insultos, incomprensiones y amenazas que despiertan en ellos fuertes sentimientos negativos y deseos de venganza que se extrapolan al resto de la sociedad.
Es así como quienes de noche, e incluso de día, sea con desfachatez o a escondidas, se dedican a “grafitear” paredes y edificios lo realizan como una forma de expresar no sólo su disconformidad con la sociedad, sino también a consecuencia de su profunda soledad existencial y su frustración ante la vida. Dibujar simbolismos en casas ajenas les da valor y les hace sentirse importantes al realizar algo que los diferencia de los demás.
Por otro lado, en busca de su propia identidad suelen integrar grupos o pandillas violentas que para ellos constituye otro tipo de “familia” con quienes sufren las mismas carencias. Entre ellos se sienten acompañados, comprendidos y aceptados; se defienden entre ellos y se consuelan mutuamente, incluso se dan cariño; se sienten fuertes y grandes, valorados y poderosos, lo que los ayuda a sobrevivir de mejor manera posible. Una señal clara que no han gozado de amor, serenidad, paz y armonía en su hogar. ¡Cuántas carencias afectivas han padecido!… ¡Gritan al viento sus ansias de ser amados!.
Como podemos apreciar, lo buscan lamentablemente en forma destructiva y sobre todo autodestructiva. A estas alturas el tren de la vida con esperanza los ha ido dejando en el camino y no es fácil reinventarse. El elixir de la resiliencia rara vez se derrama en su camino. De allí la importancia trascendental de cuidar y proteger a las familias como un derecho humano inalienable para todos y cada uno de sus integrantes. Toda sociedad es el más fiel reflejo de sus familias.

Por Dr. GONZALO PETIT / Médico