Érase una vez un lindo país

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A menudo me pregunto cómo le vamos a contar en la forma más simple y didáctica posible a nuestros futuros descendientes el devenir de los acontecimientos en el transcurso del tiempo con el objeto que puedan comprender en mejor forma el por qué se ha llegado a la realidad que les ha tocado vivir. Creo que quizàs la mejor forma para evitar avergonzarnos es hacerlo a través de un cuento que nos permita realzar lo más importante que nos sucedió a lo largo de nuestras vidas, en especial aquello que moraba en el paraíso de nuestros sueños.
Ello nos permitiría disimular en gran parte nuestros errores. Sobre todo aquellos que nos dejaron un gran dolor en el alma, con el objeto de derramar sobre nuestro cuento-relato una especie de bálsamo pretendidamente curativo para nuestras heridas nunca cicatrizadas. Suavizando de esta manera nuestra perniciosa tendencia a tropezar una y otra vez con la misma piedra, para que ojalá ellos no cometan también ese error, que emana de tiempos anecestrales.
Pero como la esperanza es, como se dice, lo último que se pierde, no podemos renunciar a ella comenzando nuestro cuento de la forma tradicional que aprendimos escuchando cuentos de boca de nuestros padres y familiares que tanto gozo nos causaron en su momento, y que recordamos con tanto cariño aunque en nuestra vida adulta adquirimos la certeza de que se trataba de ingenuos relatos destinados exclusivamente a nuestra entretención.
Considerando lo anterior podríamos comenzar con la frase clásica: “Erase una vez un largo y lindo país ubicado entre el mar y la cordillera, en el que reinaba la paz entre sus habitantes que agradecían Dios el haberles concedido la gracia de nacer y vivir en esa tierra. Eran todos muy religiosos, tradición que siguieron durante muchos años incluidos siglos, en que profesaban abiertamente su fe acudiendo regularmente a los templos como también recorriendo calles, plazas y playas, donde sus hijos podían jugar sin peligro, costumbres que se fueron poco a poco viendo opacadas ante la llegada del progreso que trajo nuevas ideas y maneras de enfrentar la vida”.
“Todo comenzó a mirarse de manera relativa, desde cosas tradicionales como la vida humana, el amor, el matrimonio, la familia, el respeto de los hijos hacia sus padres que, desorientados sólo atinaban a preguntarse qué habían hecho mal en vez de rescatar lo fundamental que aplicaron sus propios padres con ellos. En su impotencia para guiar adecuadamente a sus hijos confiaron en que los profesores de los colegios asumieran una tarea que no les correspondía. Además el respeto fue poco a poco perdiendo su importancia y en su ausencia comenzó a cundir el desorden y la anarquía que condujo inevitablemente a la violencia con lo que la paz huyó despavorida preguntándose como se pudo llegar a tal cosa”.
“Los avances de la tecnología hicieron también lo suyo. Atrás quedaron los teléfonos con un pilar y un fono colgante y las telefonistas, que le dieron paso a aquellos con un disco y luego con botones para marcar, para luego a aquellos en que todo se hace con un click. También se hizo realidad aquel sueño infantil de poder ver la imagen de las personas con las que nos comunicábamos y posteriormente las redes sociales abrieron la caja de Pandora liberando todo aquello que permanecía en la mente de los ciudadanos, esparciéndolo a diestra y siniestra.
“Nació así una nueva estirpe: la de los “famosos”. No exactamente reconocidos gracias a un merecido mérito como antaño, sino por haber conseguido congregar el mayor número de “seguidores” afines a sus ideas o bien por haberse transformado en millonarios a corto plazo. Cundió con ello la consigna de que “el mundo cambió” y comenzaron a hacerse presente una multitud de males que se extendieron como una hidra venenosa no sólo en nuestro país sino en todo el mundo y que hasta hoy no encuentra una respuesta al ¿qué nos está pasando?”.
“Así es como la confianza se ha transformado en un moneda de ínfimo valor al igual que el compromiso, la honradez, la honestidad y el respeto por los demás, por las instituciones e incluso por la vida humana, con lo que la gobernanza de los países se ha complicado al extremo que a las fuerzas de orden y seguridad del Estado les resulta cada vez más complicado y gravoso ejercer la misión encomendadada, con lo que ningún ciudadano puede sentirse seguro como antes. Viéndose obligado a refugiarse con sus hijos tras las paredes de su hogar, sin tener la certeza que su vida no va ser alterada en el momento menos pensado. Colorín, colorado, este cuento aún no ha acabado, pero es sin duda el momento en que todos nos ponemos colorados”.

Dr. Gonzalo Petit
Médico