Los cambios sociales, culturales y políticos normalmente son paulatinos. Es decir, puede que algún hecho traumático gatille el cambio inicial, genere la discusión y ponga el foco en una nueva forma de pensar, pero lo cierto es que debe pasar mucho tiempo y muchas luchas intermedias. hasta que la sociedad en su conjunto se convenza, valide y adopte de manera relativamente unánime una misma forma de pensar y de actuar basada en criterios universales.
El mundo tuvo que vivir una traumática guerra mundial para que los países se pusieran de acuerdo en una Declaración Universal de Derechos Humanos y aunque desde 1948 hasta hoy han pasado 77 años, el proceso de asimilación efectiva de dicho texto ha sido muy lento. De hecho, hay países en subdesarrollo o dictaduras en los que esas garantías básicas para la convivencia humana todavía están lejos de llegar a concretarse.
Y respecto al espacio social de las mujeres, ese proceso también ha sido paulatino, quizás demasiado lento. Pero la sociedad necesita ir haciendo los ajustes, los cambios en la legislación, en las adaptaciones laborales, en las facilidades mínimas, en el reconocimiento de competencias y finalmente en el cambio de mentalidad para aceptar que hombres y mujeres realmente tenemos los mismos derechos a liderar, producir, trabajar, educar. Algo que en el discurso parece sencillo pero que en la práctica probablemente necesitará al menos una generación más para cuajar como corresponde.
Quizás nuestros nietos vean con pavor algunas conductas actuales, así como nosotros vemos lejanas conductas de nuestros abuelos respecto a las “mujeres de la casa”.
Hoy las cifras reconocen el avance de las mujeres en áreas normalmente vetadas. En espacios en los que culturalmente sólo el hombre tenía espacio, minería, ciencia, política, fuerzas armadas, construcción. Y todavía es necesario que las políticas públicas empujen el cambio. Todavía se necesita reconocimiento expreso, valoración, discusión en torno a los términos apropiados, los modos de proceder, en síntesis a un aprendizaje social, comunitario, que nos lleve a esa adaptación profunda y permanente en torno a la igualdad de género.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo