Mirarse el ombligo

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Generalmente es visto como algo negativo. Es una expresión algo despectiva para caracterizar a las personas autorreferentes, narcisistas o que no son capaces de sentir empatía. Sin embargo no siempre es malo mirarse a uno mismo. Al menos, para el adecuado desarrollo del turismo es absolutamente necesario.
Qué somos, qué ofrecemos, qué nos diferencia del resto del mundo y nos hace más atractivos. Que rincones son los que realmente valen la pena y qué debemos cuidar. Todas estas preguntas se responden solamente conociendo nuestro territorio y nuestra cultura y apreciando y cuidando lo que tenemos de valioso para ofrecer.
Quizás por estar en el último rincón del mundo con valles que parecen perdidos al interior de la cordillera de Los Andes. Quizás porque vivimos siempre mirando “hacia arriba” hacia el norte, de acuerdo a la forma en que nos fue enseñada la posición de los países en el globo terráqueo, es que tendemos a pensar que todo lo que está en el hemisferio norte puede ser mejor.
Sería ideal que nuestros operadores turísticos, que la gente común vinculada al turismo pudiera recorrer otros destinos, con la finalidad de ubicarnos a nosotros mismos. Pero como eso puede ser muy costoso y difícil, quizás deberíamos desarrollar intensas campañas de identidad regional. En esta época especialmente deberían abundar las exposiciones fotográficas, artísticas, que resalten nuestro patrimonio natural y cultural. El valioso patrimonio de nuestras aves por ejemplo. El patrimonio costero, de playas humedales y atardeceres arrebolados. Quizás una exposición permanente todo el verano con astrofotografía. Algo que sirviera como precedente para un futuro centro de astroturismo regional en La Serena.
Si pudiéramos valorar lo rústico y natural de nuestros paisajes, quizás seríamos más quisquillosos con la basura en los caminos, con la contaminación acústica y lumínica. Pero como hemos dicho ya, eso solo se logra si entendemos realmente el valor de lo que tenemos.
El llamado es a generar esos espacios de cultura local. De mirarnos el ombligo con orgullo para poder ofrecerlo sin temor. Con la certeza de que gran parte de nuestros atractivos son únicos e irrepetibles.