Una guerra real. Con vidas reales.

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En una guerra, la responsabilidad de que las tropas se dirijan a un escenario catastrófico, es una responsabilidad jerárquica. Y es que el costo de esas malas decisiones son vidas reales.
La diferencia quizás está en que los generales de ejército se entrenan toda la vida para los escenarios de guerra, a diferencia de esta guerra contra la pandemia que no ha tenido parangón en la historia y que se desarrolla con códigos inéditos, lideradas por políticos que probablemente jamás imaginaron este escenario.
Esta semana el intendente regional Pablo Herman lloró en radio. Pidió perdón por los errores y dijo que todos están agotados y que son seres humanos en una situación excepcional. Por su parte el ministro Paris hace un esfuerzo extremo por agradecer y trata de conseguir empatía y unidad… Cuando el barco se está balanceando al extremo de lo que permiten las leyes físicas.
Europa pasó por una segunda ola durísima y fatal y nosotros vamos por el mismo camino.
Es cierto que todos son generales después de la guerra, pero el asunto es que acá se dijo con insistencia, se ha advertido sobre la necesidad de ser convincente con el relato, de no esconder la tragedia y no minimizar las consecuencias con las falsas sensaciones de seguridad.
Ahora ya está la suerte echada y las próximas semanas serán probablemente las más tristes que muchos hayamos vivido en nuestras vidas. Esa es la consecuencia. ¿Evitable? Será difícil saberlo, pero lo que queda claro es que todos somos responsables también.
Si usted puede, busque la última edición de el The Clinic de esta semana y lea la entrevista al médico intensivista Glenn Hernández. Esa esa la realidad cruda, a la cual cuesta llegar porque de alguna manera se esconde a los ojos del ciudadano común.
Insistimos en que se necesita una campaña comunicacional real, efectiva, suficientemente elocuente y directa que muestre la realidad. Sin eufemismos.
Mientras tanto, sólo nos queda implorar en estas líneas para que no salgamos de nuestras casas, ni a ver a los nietos, ni a comprar el pan… Ese gesto igual sirve. Al menos como respeto por los que hoy sufren y los que sin duda sufrirán en los próximos días.

Victor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo