Qué fácil es ser generoso

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Qué fácil es ser generoso desde nuestra comodidad y seguridad. En especial cuando la vida nos sonríe y pareciera que nada puede afectarnos. Cuando gozamos de una buena situación y miramos a los demás a la distancia, no empatizamos con ellos y no comprendemos sus anhelos de igualdad desde la mirada de la dignidad. Con mayor razón cuando nos relacionamos solamente con nuestros iguales, con quienes compartimos nuestras ideas, traducidas generalmente en proyectos comunes y un estilo de vida similar que refuerza nuestro sentido de pertenencia.
Desde este perspectiva tendemos a considerar la generosidad como un acto solidario traducido generalmente en la entrega de dinero a quien o a quienes estén pasando por situaciones económicas apremiantes, lo cual puede ser sin duda muy loable en cierto sentido pero que excluye inevitablemente muchos otros aspectos que implica la verdadera generosidad, puesto que regalar de lo que tenemos en abundancia no corresponde a una actitud generosa en su integridad.
La generosidad constituye una virtud y concepto mucho más amplio que centrarse solamente en la entrega de dinero. El dinero es solamente un instrumento que puede efectivamente aliviar muchos males y dificultades de la vida diaria de muchas personas, pero no es lo único. Todos sabemos que el dinero no crece en los árboles, que cuesta trabajo ganarlo y que una vez que se va ya no vuelve. En otras palabras, su efecto es netamente instrumental y transitorio, como esa ráfaga de viento que nos refresca en un día de calor abrumador.
Ser generoso de verdad no requiere necesariamente de dinero. Existen una enormidad de actitudes y actos humanos que no lo requieren o que pueden realizarse con una ínfima cantidad de dinero. La R. A. E. define a una persona generosa como aquella que actúa con nobleza y magnanimidad, es decir que actúa con desprendimiento, benevolencia y un elevado espíritu fraterno. Para ello no se requiere necesariamente de dinero sino más bien de una acentuada vocación solidaria que puede expresarse de muchas maneras, como la acogida, la capacidad de escucha, la conmiseración, la empatía, el apoyo y el acompañamiento a quien sufre en soledad, en una actitud de cercanía y de servicio, no por obligación sino por un impulso que emana del alma.
Como vemos, la verdadera generosidad es gratis. Es más bien entrega incondicional sin esperar nada a cambio. Actitud que si bien requiere sin duda un esfuerzo, no constituye de regla un imposible para nadie en particular. Todos podemos transformarnos en seres generosos; no se requiere de dinero para hacerlo. Solamente una disposición de ponernos voluntariamente al servicio de los demás y de servir a la comunidad a la que pertenecemos nos ayudará a sentirnos más unidos como ciudadanos dignos de compartir un destino común.
Sobre todo reconocer hidalgamente que nuestro aporte solidario para instancias comunitarias, como la Teletón o nuestros aportes ante desastres de la naturaleza, no nos transforma necesariamente en personas generosas, sino sólo en una luz de bengala que nos ilumina por unos instantes para volver a la oscuridad y regresar en forma esporádica.

La generosidad constituye en el fondo una actitud de vida que vemos traducida afortunadamente en una gran cantidad de iniciativas comunitarias como las “ollas comunes” ante situaciones de graves dificultades sociales como las que hemos vivido a lo largo de la pandemia que todavía nos mantiene en jaque y no sabemos por cuánto tiempo más. Lo vemos también en el personal de los centros hospitalarios que continúan arriesgando sus vidas y sacrificando a sus familias en su esfuerzo por salvar la vida de tantos compatriotas gravemente enfermos.
Quisiéramos ver también esta noble actitud de entrega y servicio en tantas otras instancias sociales, incluso en instituciones de servicio público y privado, en que es tan necesario el trato digno hacia quienes recurren a ellas. Para ello es necesario que comprendamos que una igualdad sin dignidad no tiene sentido en la práctica. “Ser amable no cuesta nada” es un dicho popular que debiera estar impreso a fuego en cada uno de nosotros. En especial en aquellas instancias en que se discuten y analizan elementos propios de la política contingente, en que muchas veces la amabilidad y el buen trato brillan por su ausencia. Con mayor razón deberíamos exigirle una actitud digna y generosa a quienes asumirán la misión de entregarnos una nueva Constitución Política. No podemos darnos el lujo de transformar la Convención Constituyente en una especie de conventillo donde circulen toda clase de amenazas y rumores intrascendentes.

Dr. Gonzalo Petit
Médico