LOS ÁRBOLES TAMBIÉN SIENTEN (Adaptado de “Alma nueva”, Constancio Vigil)

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Descansan juntos el hacha y el martillo. El hacha mira largo rato a su vecino y por fin dice:
“No tienes filo”. El martillo responde:”Es que no lo necesito”. Insiste el hacha: “Para qué sirves, si no tienes filo”. Responde el martillo:”Yo hago lo más necesario en este mundo”. El hacha vuelve a la carga: “Cuéntame que haces”. El martillo replica: “De modo que tú no sabes quién es el que mete los clavos”. El hacha sorprendida le vuelve a preguntar: “¿Meter los clavos?…¿Y para qué?”.
El martillo reacciona afirmando: “Los clavos son la causa de todo lo malo que sucede. Hay clavos de muchas clases: chicos y grandes, gordos y flacos, redondos y cuadrados, pero todos son malos, y todos tiemblan de miedo en cuando yo aparezco. ¡Les pego cada golpe!.” Responde el hacha: “Parece que esto te gusta”. Comenta el martillo: “Hay algunos clavos rebeldes y porfiados, peor para ellos, porque sufren más castigo”.
“No comprendo”, vuelve a decir el hacha, ”¿Por qué los clavos no pueden estar afuera como todo el mundo?”. El martillo señala:”Cada uno en lo suyo. Mi tarea es esa, y yo la entiendo muy bien. Los clavos deben estar metidos dentro de la madera y dormir”.
“Otros piensan”, comenta el hacha,” que los que tienen que dormir son los árboles. Y se valen de mi para conseguirlo”. Responde sorprendido el martillo:”¿Así que tú eres quien derriba los árboles?”. “Porque me obligan a hacerlo”, afirma el hacha.”¿Y para eso es tu filo?”, insiste el martillo. “Para eso”, responde le hacha.
“Me parece que mi tarea es muy superior”, afirma el martillo. “¿Por qué crees que los clavos son la causa de todo lo malo que sucede?, pregunta el hacha. “Con seguridad que sí”, asegura el martillo. Insiste el hacha: “Dime, ¿lloran los clavos cuando los golpeas?”.
“Algo se oye, que pueden ser lamentos; yo no hago caso. Y los árboles, ¿qué dicen?”…
“Cuando me obligan a herirlos dan unos quejidos que parten el alma. Al escucharlos, muchas veces lloro yo también”, se conduele el hacha. “¿Por qué lloras?”, se sorprende el martillo.
“Porque me obligan a herirlos y a matarlos, y yo sé que son buenos, sé que no hacen mal a nadie. Imagínate que ayer mismo me ocurrió algo terrible. El amo me obligó a herir a un roble. Era grande y hermoso, querido por los niños y los pájaros. Después de haberle causado una gran herida, puesto que había que matarlo, el amo fue hasta la casa y me dejó contra el tronco. Entonces escuché que el roble hablaba dulcemente y me decía: ¡“Cuanto sufro!. ¡Cuánto duelen tus golpes!. Piensa en lo que haces, hacha, y busca el modo de no ahondar esta herida. ¡Todavía puedes salvarme!”, se lamentaba el hacha.
Sorprendido el martillo le pregunta: “Y tú, ¿qué hiciste?”. El hacha le respondió: “¿Yo? ¿Qué quieres que hiciera yo, pobre de mí?. Una hora después el roble agonizaba, tendido en tierra. Durante la noche soñé que aún golpeaba en el tronco y me desperté horrorizada. Era el viento que gemía y me desperté aterrorizada. Era el sonido del viento que me hacía soñar aquello”.
Impactado, el martillo le dijo: “Te compadezco, porque comprendo tu dolor. Figúrate que un día un niño quiso que yo metiera un clavo en el tronco de un árbol. ¿Sabes lo que hice?. Me escapé varias veces de su mano; pero como me recogía y golpeaba de nuevo, tanto fue mi furor que perdí la cabeza”.
“¿Así que estuviste loco?”, le preguntó el hacha.”Quiero decir que se me salió la cabeza del mango”, le respondió el martillo”… “Eso mismo me ocurre algunas veces, avergonzada de mi oficio, pero, desgraciadamente ¡de nada me vale!”, responde acongojada el hacha.

 

Por Dr. GONZALO PETIT / Médico