Lo que hemos olvidado

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A todos nosotros se nos olvidan cosas y otras las valoramos demasiado tarde, cuando ya es poco lo que podemos hacer o bien retrotraerlas nos costaría un esfuerzo gigantesco y muchas veces un imposible. Algo similar nos ocurre con frecuencia con la felicidad: no nos apercibimos de lo felices que fuimos en el momento en que disfrutábamos de tan gratos momentos que invadía de alegría y esperanza nuestro corazón.
Lo mismo suele sucederle también a las comunidades humanas y a los países y nosotros no somos desde luego una excepción. Hubo una época en que la educación era un bastión fundamental para nuestra sociedad y nos sentíamos orgullosos de ella, pero todo cambió radicalmente con el tiempo y cualquiera de nosotros puede percibir sin temor a equivocarse que en este aspecto vamos a la deriva y no se visualiza con claridad que pueda cambiar a corto plazo.
Nos hemos preocupado de desarrollarnos especialmente en lo económico y hemos olvidado que la educación es un pilar fundamental para nuestro desarrollo como sociedad y como país. De nada nos va a servir aumentar nuestro poder económico si no tenemos un nivel de educación que nos permita discernir con claridad haciad donde vamos y nuestra meta a llegar. Vamos a ir siempre a la deriva y lo peor es que otros van a decidir por nosotros debido a su mejor educación y preparación para la vida en sociedad.
Hubo un gobierno durante el siglo pasado cuyo lema era “gobernar es educar” enarbolado por el presidente Pedro Aguirre Cerda en 1938 en que se extendió la educación primaria en nuestro país en base a las Escuelas Normales.Instituciones formadoras de profesores habilitados para desempeñarse en la educación primaria a semejanza del modelo francés y que persistieron en Chile hasta la década del 70 en que se dispuso que la formación de los profesores de educación básica debía ser responsabilidad sólo de las universidades, lo que ha constituido a la larga en un error garrafal, sobre todo en relación al nivel de primer ciclo básico.
Olvidamos que no es lo mismo la educación a este nivel que en el resto de la educación primaria y que el Estado ha demostrado siempre ser incapaz de aportar lo necesario especialmente a este nivel. De allí que hoy nos averguenza que tengamos una verdadera multitud de alumnos que completan su ciclo básico sin saber leer ni escribir de acuerdo a su nivel y ni de qué hablar de su capacidad de comprender lo que leen.
La realidad nos golpea en la cara y nos demuestra que no hemos sido capaces hasta ahora de darnos cuenta que los niños del primer ciclo básico requieren de un esfuerzo educativo especial, que es justamente el exitoso trabajo pedagógico que realizaban en su tiempo las profesoras y profesores normalistas cuya falencia se hace cada día más evidente.
Pero nada vamos a sacar con añorar los éxitos de años pasados. De cara a esta realidad me golpeó fuertemente una frase publicada en este mismo semanario en la sección humor y que no tiene nada de humorística, que afirma: “LA ESCUELA VOLVERÁ A SER EL SEGUNDO HOGAR CUANDO LA FAMILIA VUELVA A SER LA PRIMERA ESCUELA”. Es que para tener éxito la escuela y el hogar requieren necesariamente funcionar como una especie de matrimonio, de modo que si uno de ellos no cumple su cometido no habrá posibilidades de salir adelante con el proceso pedagógico y no podemos honestamente, al menos en este aspecto, echarle la culpa al Estado.
Así como esta situación constituye una gran verdad, lo es también que la educación escolar en el primer ciclo básico requiere de profesores especialmente entrenados para desempeñarse en este nivel inicial. Es que no se trata solamente de que los alumnos aprendan a leer y escribir. Este es un simplismo llevado a su máxima expresión. Se trata de niños en una etapa de una plasticidad cerebral es un tesoro invaluable, la etapa más adecuada para inculcar hábitos y una rutina adecuada fundamentada en aquellos valores fundamentales para la vida en sociedad y que si son adecuadamente adquiridos van a acompañarlos por el resto de sus vidas.
Esto es justamente lo que hoy hemos perdido y olvidado, que antaño lo proporcionaban las profesoras y profesores normalistas, que se autoasignan el nominativo de “maestras” y no de simples profesores. Es decir, el que enseña para la vida, no el encargado de pasar materias. Una persona acogedora capaz de acompañar y apañar a sus alumnos en sus dificultades porque ejerce su vocación como un verdadero “apostolado” orientado a formar buenos ciudadanos del mañana.

Por Dr. GONZALO PETIT / Médico