Lo ganado y lo perdido

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Entre las preguntas fundamentales que debemos hacernos en torno a los resultados estadisticos relacionados con al plebiscito que hemos vivido recientemente destaca sin duda el preguntarnos que hemos ganado y que hemos perdido a la luz del resultado final de esta convocatoria ciudadana que tuvo la más alta concurrencia a las urnas registrada en los últimos años en la vida política de nuestro país.
Respuestas nada de fáciles de certificar en esta etapa inicial del camino elegido para elaborar una nueva Constitución, en que nadamos en medio de una incertidumbre que tiende a opacar en alguna medida nuestra esperanza en que hemos elegido el mejor camino. No es fácil emprender un camino nunca antes recorrido como generación en el que no visualizamos al menos algunas certezas que actúen como señales de que vamos por buen camino.
Ardua tarea nos espera sin duda y para realizarla en la mejor forma posible vamos a requerir de mucha prudencia, paciencia y perseverancia, emprendiéndola con la mayor altura de miras, responsabilidad y compromiso que nos sea posible. Para ello vamos a necesitar también del apoyo, la comprensión y el respeto absoluto hacia quienes serán lo encargados directos de asumir y emprender en forma directa tan magna tarea.
En este sentido será imprescindible reforzar la unidad ciudadana que se refleja al menos en la contundente voluntad expresada en el resultado del plebiscito, pero no podemos olvidar que refleja un deseo y una esperanza que requiere concretarse en algo tangible que corrobore esta unidad, por ahora teórica. Todos sabemos que toda teoría requiere de una demostración práctica para que se transforme en una certeza, en este caso en una realidad concreta y es justamente hacia donde tenemos que enfocarnos en un futuro tanto inmediato como a mediano y largo plazo.
Para conseguirlo se requiere aunar esfuerzos y voluntades tan esquivas en nuestro acontecer político y social en que ha reinado hasta ahora la división y el enfrentamiento constante, con y sin argumentos válidos, en busca de una mezquina ventaja circunstancial. Realidad que tiene evidentemente mucho que ver con las circunstancias en que nos encontramos insertos, en que la violencia aflora con extrema facilidad, incluso en ámbitos ajenos a la política contingente.
En este sentido creo muy positivo no visualizar el resultado del plebiscito desde la perspectiva de un triunfo y una derrota sino más bien desde la óptica de lo ganado y lo perdido en torno al proceso. No utilizar las diferencias de opinión para aplastar al otro sino cambiar el swicht e ir a su encuentro en busca de acuerdos y consensos, escuchando argumentos y ponderándolos en su verdadero significado y proyección en beneficio de todos sin excepción.
Sobre todo tener en cuenta que la opción elegida por los ciudadanos refleja muchas cosas. Entre ellas la voluntad de que nos rija una nueva Constitución y a la vez un fuerte rechazo hacia los políticos que les han demostrado hasta al saciedad que no están a la altura de lo que se espera de ellos y en consecuencia presuponen, no sin razón, que existe la alta probabilidad que continúen en el mismo juego estéril del que han sido testigos. Pérdida de confianza que se ha extrapolado en el tiempo a otras instituciones del Estado, como también hacia las privadas, contaminando incluso las relaciones entre las personas comunes y corrientes, incluídas lamentablemente también las relaciones familiares y comunitarias.
La unidad de criterio reflejada en las urnas requiere afianzarse en una realidad concreta. Queda aún por verse si se mantendrá en las decisiones y los hechos que vendrán y que nos demostrarán que no se trata de un simple voluntarismo propio de un buen deseo. Comprender que es necesario llenarlo de contenido para que no se transforme con el transcurrir de los días en un volador de luces que iluminó fugazmente un espejismo.
Lo fundamental en todo caso es que, sea cual sea el camino que emprendamos, vamos todos en el mismo barco y por lo tanto vamos a ganar o perder todos sin apelación. Nadie va a quedar exento del resultado y sus consecuencias, sean buena o malas, y no solamente nosotros sino también las próximas generaciones. Debemos por ello esforzarnos en actuar en forma responsable y rechazar toda violencia, procurando recorrer el mejor camino hacia la paz y la armonía social. Desviarnos del camino constituiría a la postre una conducta inexcusable e imperdonable, que degradaría nuestra trayectoria y tradición histórica como país y como nación.

Por Dr. GONZALO PETIT / Médico