La legitimidad de un proceso ampliamente participativo

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Con el retorno a la democracia Chile tuvo un sistema de inscripción voluntaria y voto obligatorio. Sólo sufragaban los que hubieran hecho la fila y el trámite ante registro electoral. Pero fue la paulatina baja inscripción de los jóvenes lo que llevó a la reforma del año 2012 en que se pasó a un sistema de inscripción automática y voto voluntario (ley20.568). El padrón base saltó así de los 8 a los 13 millones de electores. Sin embargo, el resultado fue catastrófico.
Durante 10 años con ese sistema hubo una dramática disminución en la participación electoral.
Como registro, la elección municipal de 2016 tuvo una participación de apenas un 36%. Y en la última elección presidencial entre Boric y Kast se registró una participación del 47% en primera vuelta y el 55% en segunda vuelta. Equivalente a 8.3 millones de votos.
Es decir que las decisiones políticas se estaban asumiendo por la mitad del país, polarizada, lejana y ciega respecto a lo que realmente sentía la mayoría profunda de electores.

Revisando cifras concretas, por ejemplo, la base electoral del presidente Boric en primera vuelta fue de 1,8 millones de votos (25,83%) la cual subió a 4,6 millones de votos en segunda vuelta (55,87%). Y si buscamos un parámetro de comparación, debemos considerar que la opción Apruebo obtuvo el pasado 4 de septiembre 4.8 millones de votos. Compare usted estas dos últimas dos cifras.
Sin embargo, ahora, debido a la reforma que restituyó el voto obligatorio para este plebiscito de salida, esos 4,8 millones equivalen solo al 38,14% del total de votos válidamente emitidos.
La participación en el plebiscito de entrada del año 2020 fue de 7,5 millones de personas (51% del padrón) y pasó ahora a un total de 13 millones (85,75%) en el plebiscito de salida, casi el doble, la mayor votación histórica de Chile.
Hoy, ciertamente nadie, ningún partido puede apropiarse del resultado. Y a ratos molesta el protagonismo de algunos personajes políticos que se apuraron en salir sonriendo en las fotos del día domingo o de otros que pretenden utilizar el resultado a su favor para denostar o generar más odiosidad y división. Si los partidos no entienden este escenario, serán los culpables de las consecuencias.
Hoy más que nunca se necesitan estadistas, políticos con humildad y visión de largo plazo. Es el momento para que la política vuelva a tomar el lugar que jamás debió dejar. Pero para eso se necesitan liderazgos claros, fuertes, sabios.
Ahora habrá que buscar la mejor forma de generar un proceso que esté ampliamente legitimado, con constituyentes competentes y que representen realmente a ese Chile profundo.
Habrá que revisar la forma en que participen los pueblos originarios, de tal manera que pueblos como el Chango (electo con 398 votos) el pueblo Kawashkar (con 95 votos) o el pueblo Yagán (con 61 votos) participen pero sin deformar la igualdad de voto en el proceso.
De la misma forma habrá que revisar la forma en que se insertan los independientes. En el fallido proceso hubo 48 totalmente independientes y 40 independientes en pactos. Es decir que más de la mitad de la convención sin adhesión política partidaria directa.
En fin, después de este proceso también surgen preguntas de sentido común, por ejemplo, de si 500 mil personas en actos hiper masivos en la alameda de Santiago son un reflejo de lo que realmente piensa la mayoría del país, o de si solo era una demostración de fuerza parcial y reducida de los grupos más comprometidos con cierta causa. Es de esperar que este nuevo proceso sea menos polarizado y sin esas innecesarias demostraciones de fuerza.
También surge la pregunta sobre si Chile quiere cambios graduales o cambios drásticos o de si Chile quiere seguir invocando permanentemente la figura de Pinochet y Allende.
Por último, será la prueba de fuego ante el mundo, para mostrar si estamos preparados para avanzar en nuestra historia con una nueva constitución de futuro. Una que logre un 80% de adhesión y que nos permita realmente avanzar.

Victor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo