El giro del Titanic

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El Estado es una compleja estructura que –en teoría- busca el bien de todos los chilenos y chilenas usando los recursos comunes y utilizando también una buena aparte del esfuerzo ajeno, a través de los impuestos recaudados.
De hecho, tres cuartas partes de los ingresos del gobierno central provienen de la recaudación tributaria recolectados por la Tesorería General de la República. Tres cuartas partes provienen de lo que aportan los privados con su trabajo, principalmente mediante el pago del IVA, del impuesto a la renta o el impuesto territorial. Tan solo con el IVA, si usted gastó en compras un millón de esos en un mes, $210mil pesos se fueron directamente de regreso al Estado. A esa cifra súmele lo que pagó por impuesto a la renta o contribuciones y fácilmente se dará cuenta que el aporte que hace una familia de clase media se acerca fácilmente al 30% de sus ingresos mensuales.
No obstante, el otro cuarto de los ingresos fiscales proviene también en gran parte de aportes privados, ya sea en forma de cotizaciones previsionales que hacen los trabajadores al INP y al Fondo Nacional de Salud (FONASA) y los ingresos que pagan los usuarios por servicios del estado como pago de patentes, multas, certificados. Un aporte también es lo que logran traspasar las empresas del Estado como Codelco (8% del total de los ingresos) o ENAP (con deficit de US$5.000 millones)
Es importante tomar conciencia de esto, tal como ocurre con total claridad en Estados Unidos y en Europa, países en los que se habla de “contribuyentes”, con un acento retórico que obliga a tomar conciencia de qué está aportando cada uno, pero que también permite exigir cuenta de lo que se hace con el fruto de nuestro propio trabajo.
En fin. Esta compleja estructura es un barco que no es simple de manejar, en la que hay millones de personas siendo llevadas y otros millones que están produciendo el combustible suficiente para que el barco avance. Sin combustible, el barco no avanza ni un centímetro. Ni por inercia ni por el viento.
Teniendo en cuenta lo anterior, debemos recordar que cada gobierno que asume promete mayor eficiencia y terminar con la supuesta grasa del Estado. Pero también cuando se promete más gasto social, lo que se reparte no es oro guardado en cofres, es el fruto de lo que mencionábamos en los primeros cuatro párrafos.
En los cambios profundos que necesita la administración pública para aumentar eficiencia, no hay recetas mágicas ni líderes mesiánicos que hagan su milagro. Quizás lo más revolucionario que se podría llegar a hacer en un servicio público es que haga bien lo que debe hacer. Nada más, así de simple.
El barco es grande, el timón es pequeño, y existe una cultura en los funcionarios del Estado con las que se debe lograr esos cambios.
Hay esperanza en que las nuevas autoridades no asuman con fórmulas ya repetidas, pero tampoco que traigan soluciones insólitas. Quizás, nuevamente, la primera gran tarea sea escuchar.

Victor H. Villarán
Editor Semanario Tiempo