Confianza y esperanza

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La confianza y la esperanza constituyen pilares fundamentales que mantienen vivas nuestras expectativas cuando nos invade el fantasma de la incertidumbre, momentos en que nos enfrentamos a encrucijadas en que no sabemos qué camino seguir, nos invade la duda y el temor a cometer un error que entorpezca nuestro caminar en la vida y que lamentaríamos después. De ellas sabemos por experiencia que la esperanza nunca falla.

Nos acompaña fielmente hasta en las situaciones más difíciles y conflictivas. Es esa estrella, siempre rodeada de un aura espiritual, que ilumina todo aquello que consideramos de regla que habita en el terreno de lo imposible. No considera por lo tanto a la incertidumbre como una amenaza. No sucede lo mismo en cambio con la confianza que se desplaza habitualmente en un ámbito más terrenal que espiritual. Hecha raíces que se afincan predominantemente en aquel terreno que considera más seguro, le tiene fobia a la incertidumbre que considera su enemiga irreconciliable.
Esto explica por qué la esperanza nos llena el alma y por qué la confianza suele en cambio apretarnos el corazón. Es que confiar no es fácil, sobre todo cuando nos desplazamos en ambientes en que reina la incerteza y la incertidumbre, cuando todo puede ser y no ser al mismo tiempo, donde reina con frecuencia el desamparo. Quien se siente desamparado descubre con angustia y dolor que no tiene a qué asirse para calmar su miedo y angustia concomitante.
Habitualmente esperamos y confiamos que ojalá la esperanza y la confianza vayan de la mano y tiren el carro para el mismo lado. Que se transformen en algún momento es un sistema de vasos comunicantes que enaltezca nuestra alma, tranquilice nuestro corazón y eleve nuestro espíritu. Como si se tratase de una especie de resurrección, una vuelta a una vida que se creía irremediablemente perdida.
Una especie de milagro que no es fácil que ocurra en forma espontánea. Un milagro de aquellos que ocurren muy de vez en cuando y no depende en estricto rigor de nosotros y que nos obliga a reflexionar qué es lo más importante. En el fondo qué va primero, quien alimenta a quien.
Llegaríamos sin duda a la conclusión que depende en gran parte de nosotros. Que si confiamos alimentaríamos con seguridad a la esperanza y que si mantenemos viva a su vez la esperanza en nuestra alma podríamos también alimentar la confianza, aunque ello requeriría inevitablemente de un esfuerzo mucho mayor. No cabe duda que es mucho más fácil alimentar la esperanza a través de la confianza que alimentar la confianza a través de la esperanza, debido a que ambas se desplazan por caminos diferentes, aunque necesariamente complementarios. Si confiamos en nosotros mismos y en nuestras posibilidades y decisiones mantendremos viva la esperanza y no cabe duda que llegará un momento en que ambas se complementarán y trabajarán a nuestro favor.
Es justamente lo que tenemos que hacer en momentos de crisis, sea personal o social. Para mantener viva la esperanza de que pronto vamos a solucionarla, tenemos necesariamente que confiar en que somos capaces de hacerlo. A pesar de las agresiones, mentiras, burlas, calumnias y difamaciones que circulan en el ambiente subterráneo. Si hay algo que deteriora y destruye la confianza en nuestra sociedad son justamente las redes sociales que propagan infundios, como todo aquel que tira la piedra y esconde la mano tras un cobarde anonimato.
Lo más negativo y destructivo es que sus afirmaciones nos llevan a desconfiar de todo y de todos. No hay títere que salve su cabeza, todos son embarrados y masajeados en el mismo fango maloliente. Sean lo que sean, sea cual sea el rol que juegan en nuestra sociedad, hayan dicho lo que hayan dicho, hayan hecho lo que hayan hecho, todos caen en el mismo saco y quien se atreve a protestar o a levantar cabeza se arriesga a males mucho mayores.
Ya va siendo hora de regular definitivamente todo aquello que circula por las redes sociales que va deteriorando progresivamente nuestra calidad de vida, aunque no falten quienes no se den cuenta e incluso gocen con ello; claro que mientras no los afecte en lo personal o familiar. Recuperar la confianza en todo lo que hacemos y decidimos es fundamental para mantener viva la esperanza de que iremos caminando en forma segura hacia un futuro mejor. Si no recuperamos la confianza nos iremos hundiendo inevitablemente en el fango. De nosotros depende que pongamos manos a la obra y cuanto antes mucho mejor para todos como sociedad.
Es una decisión urgente e imperiosa que nos ayudará a no continuar dando palos de ciego.

Dr. Gonzalo Petit
Médico y columnista de Semanario Tiempo