Los zigzags de la parte alta de Coquimbo tienen su origen en el proceso de expansión urbana que vivió la ciudad durante el auge minero del siglo XIX, en un contexto de creciente dinamismo portuario y ferroviario. La configuración geográfica de Coquimbo, con cerros que se elevan abruptamente desde el borde costero, impuso serias dificultades para la conectividad interna. En este escenario, el desarrollo minero —especialmente en zonas como Andacollo y El Peñón— convirtió al puerto de Coquimbo en un punto estratégico para la exportación de minerales como el cobre y la plata, atrayendo a una población en aumento.
Esa población se fue asentando progresivamente en las laderas y quebradas, generando nuevos barrios populares en la llamada “parte alta” de la ciudad. Este crecimiento informal se vio potenciado durante el siglo XX, tanto por la migración campo-ciudad como por el cierre de las oficinas salitreras del norte, lo que empujó a muchas familias a buscar oportunidades en centros urbanos como Coquimbo. Sin embargo, las características topográficas dificultaban la creación de una infraestructura vial tradicional. La solución que emergió desde la práctica cotidiana fue la construcción de senderos peatonales en forma de zigzag, diseñados para facilitar el ascenso y descenso por los cerros.
Estos caminos, construidos inicialmente con técnicas simples como la instalación de piedras continuas, permitían transitar con menor esfuerzo físico por pendientes pronunciadas. Muchos fueron empedrados y reforzados con muros de contención hechos de materiales como el adobe. Si bien algunas de estas obras contaron con apoyo municipal, en su mayoría fueron el resultado de la organización comunitaria: vecinos y vecinas que, mediante faenas colaborativas, trazaron y mantuvieron estos accesos. Así, los zigzags se consolidaron como una expresión concreta de urbanismo popular, modelado desde las necesidades reales de la población y no desde un plan formal de desarrollo urbano.
Con el tiempo, los zigzags no solo adquirieron importancia funcional, sino también un fuerte valor simbólico, social y cultural. Durante décadas, permitieron a trabajadores del puerto, del ferrocarril y de la minería —así como a sus familias— desplazarse diariamente entre sus hogares y sus lugares de trabajo, estudio o abastecimiento. Estos senderos se convirtieron en parte fundamental de la vida cotidiana y del tejido social de los barrios altos de Coquimbo. Fueron también espacios compartidos y cuidados por la comunidad, algunos adornados con plantas, intervenidos como miradores improvisados o incluso decorados con murales y grafitis que resignifican su valor como lugares de memoria.
El zigzag de la calle Bilbao, cercano a la Avenida Varela, es uno de los más emblemáticos, ya que conecta la parte alta con el centro histórico y ha sido intervenido con arte mural, convirtiéndose en un ícono del paisaje urbano coquimbano. Constituyen, por tanto, un patrimonio vivo que narra una parte esencial de la historia social de Coquimbo: aquella que no se escribió en los planos oficiales, sino en los pies de quienes los transitaron día a día.

por María Inés Alvarez
Abogada y Socióloga
PhD© en Historia
Universidad de La Serena