Hasta hace unos años atrás la tecnología lo era todo. Sin cuestionamientos aceptábamos esta ola que se fue posicionando de cada espacio de nuestra vida. Sin embargo poco a poco han ido apareciendo aspectos que son necesarios de controlar o al menos de reflexionar.
Uno de ellos es la relación entre la infancia, la niñez y los dispositivos tecnológicos. Es un hecho cierto, de común observación, aquellos niños que están embobados y controlados por un teléfono, que muchas veces van sentados en el carro de supermercado totalmente absortos repitiendo una y otra vez la seria de animados. Literalmente drogados y dependientes. Lo cual es fácil de comprobar cuando el padre se anima a sacar el teléfono y deriva en un fuerte cuadro de abstinencia inmediata, con bravatas y berrinches sin igual.
Está suficientemente analizado y hay evidencia suficiente para entender que las alteraciones en el crecimiento mental, neuronal y por lo tanto actitudinal de los niños se ve dramáticamente alterado por el uso constante y descontrolado de dispositivos electrónicos. Por ello pareciera que es una buena medida la reciente ley aprobada que reduce y restringe su uso en establecimientos educacionales. Prohibición que por lo demás ya estaba siendo implementada especialmente en colegios particulares, que dieron cuenta de este impacto hace ya varios años.
Pero, el problema en estricto rigor no es el implemento, el instrumento, el dispositivo en sí mismo. El problema tampoco es el niño, inocente e irresponsable de sus actos. Sin lugar a dudas el problema es del adulto que tiene el deber de cuidado de ese niño. De la misma forma que a un niño no se le deja en una cocina para que experimente con frituras, cuchillos o materiales tóxicos, del mismo modo a un niño no se le puede dejar a su suerte frente a un universo reducido en una pantalla.
Hoy el teléfono es más potente que un tete. Hoy el teléfono reduce la interacción, socialización, desarrollo neuromotriz. Hoy el teléfono es una herramienta inevitablemente necesaria para el mundo, pero tanto niños como adultos necesitamos aprender a utilizar esa herramienta.
Todavía faltan miles de estudios más, pero la experiencia europea, por ejemplo la de Suiza o países nórdicos nos señala el camino. Ellos vienen de regreso y nosotros estamos recién visualizando los estragos. Al igual que la comida chatarra o el uso de plásticos, en tecnología nos falta un gran camino por recorrer. Mientras tanto, la responsabilidad seguirá siendo de los padres y tutores responsables del adecuado desarrollo del niño.
Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo






