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LA VERDAD EN FUGA

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(“Cada árbol se conoce por sus frutos”, Lucas 6,44)
Con frecuencia se afirma no sin razón que el discurso político no refleja la verdad con la claridad necesaria debido a que su objetivo primordial es alcanzar el poder, situación que suele acentuarse en forma exponencial en períodos pre-electorales. Característica que lo diferencia con meridiana claridad de muchos otros tipos de discursos habitualmente más acotados por su misma naturaleza a la verdad.
Es así como observamos con frecuencia como el discurso político se observa plagado de omisiones y verdades a medias además de las conocidas vueltas de carnero, en que lo que se afirmaba en el ayer se encuentra en las antípodas de lo que se afirma en el hoy recurriendo a justificaciones poco creíbles. Es que, tal como afirma la parábola bíblica, “cada árbol se conoce por sus frutos”. Recordándonos que una persona, un ideario o un sistema se valora y se juzga de acuerdo a sus acciones y resultados que produce así como por sus inevitables consecuencias que reflejan nítidamente su identidad. En otras palabras, “los retratan de cuerpo entero”.
Situación que la sabiduría popular refleja acertadamente cuando afirma que “el que nace chicharra muere cantando”, con lo que nos recuerda que es muy difícil sino imposible cambiar la naturaleza tanto de una persona como de partidos, ideologías o corrientes políticas que mantendrán su ideario a lo largo de toda su vida o trayectoria debido a que forma parte fundamental de su esencia que conservarán durante toda su existencia hasta su muerte.
Ello no es obstáculo por supuesto que al menos una persona, sea un padre o madre de familia, un político o un ciudadano común y corriente pueda cambiar su visión, pero obviamente tendrá que demostrarlo fehacientemente de ahí en adelante. Ateniéndose estrictamente a la sentencia bíblica que nos recuerda que “un buen árbol no puede dar mal fruto y un mal árbol no puede dar buen fruto”,  lo que deberá demostrar  que “obras son amores y no buenas razones”. Es decir, que los hechos son más valiosos que las promesas o los discursos bien intencionados. En el fondo que exista plena coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, que lo que  anida de verdad en su corazón deberá reflejarse claramente en cada uno de sus actos y decisiones.
Si un político afirma que es un defensor de la democracia pero no lo es, incurrirá inevitablemente en una mentira y un engaño inaceptable que distorsiona gravemente todo el engranaje de la política si consideramos que se trata de una verdad aparente, de pura apariencia en busca de abrirse paso en camino a conquistar el poder. Estrategia de la que hemos sido testigos en tantas oportunidades en varios países donde los ciudadanos han sido engañados y obligados a vivir sometidos bajo las arbitrariedades propias de una democracia falsa bajo diferentes nombres, extremadamente difíciles de retrotraer a su naturaleza original.
La única manera de evitarlo es  que toda actividad política se desarrolle siempre basada en la verdad en todo momento y circunstancia, aún a contrapelo de intereses individuales, partidarios e ideológicos, priorizando de regla los intereses superiores de los ciudadanos y de nuestra Patria. Ello requerirá sin duda de renuncias y postergación de muchos anhelos estratégicos a los que vale la pena renunciar especialmente en momentos críticos como los que nos encontrarnos viviendo en la actualidad. Exigencia ética a la que no podemos renunciar y que nos demostrará si somos realmente quienes decimos ser y lo que anhelamos como país.
La verdad constituye una virtud y un valor inapreciable que nos ayudará a salir adelante en todo lo que emprendamos siempre que nos mantengamos unidos y seamos lo suficientemente fieles y perseverantes a nuestros principios y valores patrios. Es la única manera de mantener viva entre nosotros el alma de Chile, lo que nos permitirá y ayudará a caminar en pos de esa estrella  blanca de cinco puntas que refleja la unidad de la República que simboliza nuestro norte, que recuerda la primera estrella que utilizaban los pueblos originarios, acompañada del blanco de nuestras montañas nevadas de la Cordillera de los Andes, el azul que refleja el cielo y el  mar que baña nuestras costas y el rojo de la sangre derramada por los héroe de nuestra independencia.
No olvidemos jamás que todos somos constructores y responsables de nuestro destino en beneficio de las generaciones venideras a quienes debemos entregarles un país reconciliado.

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