Chile envejece, y mientras discutimos de pensiones, empleo y crecimiento, una realidad avanza en silencio dentro de miles de casas. Personas mayores viviendo solos, desconectados de sus familias, de sus barrios y, a veces, incluso del propio país que ayudaron a construir.
La soledad dejó de ser un asunto emocional para transformarse en un fenómeno socioeconómico profundo, que condiciona la salud, el ánimo y la dignidad de quienes llegan a la vejez sin compañía.
No hablamos de casos aislados. Basta caminar unas cuadras para ver cortinas siempre cerradas, ventanas sin movimiento y un par de luces que se prenden puntualmente al atardecer. Detrás de esas escenas hay historias de vidas largas y pesadas que, por distintas razones, terminaron en un retiro forzado del mundo.
Pensiones bajas, hijos que migraron por trabajo, barrios inseguros, enfermedades que limitan la movilidad, o simplemente un país que no supo prepararse para acompañar a quienes más tiempo han vivido.
La soledad mayor no solo enferma el cuerpo, también enferma la esperanza y aumenta la incertidumbre. Un adulto mayor que pasa días sin hablar con nadie ve afectada su salud mental, su nutrición, su adherencia a tratamientos, su motivación para seguir adelante. Y, sin embargo, esa dimensión humana rara vez entra en los cálculos de políticas públicas que suelen quedarse en lo numérico; cuántos hogares unipersonales, cuántos beneficios, cuántos cupos en centros de día.
Pero la soledad no se combate solo con cifras. Requiere presencia, vínculos, comunidad. Muchos municipios y organizaciones de la sociedad civil han iniciado redes de acompañamiento, llamados telefónicos, visitas domiciliarias, talleres y espacios de encuentro. Son pequeñas iniciativas que, para quien vive solo, pueden significar la diferencia entre un día más y un buen día. Entre existir y sentirse parte de algo.
En un país que corre, que trabaja de sol a sol y que a veces se olvida de mirar alrededor, la vejez en soledad nos recuerda algo esencial, una sociedad se mide también por la compañía que ofrece a quienes ya lo dieron todo. La crisis no está solo en los ingresos bajos, sino en esa falta de tiempo, de contacto.
Quizás el desafío más importante no sea solo mejorar pensiones, sino volver a tejer la red humana que sostiene la vida en sus distintas e tapas.







