En países como Bolivia y Perú, existen variadas tradiciones, festividades, costumbres intensas y profundas que viven en el día a día. Muchas de ellas vinculadas a los pueblos originarios que lograron transmitir su cultura hasta el día de hoy. No son solo objetos de museo.
En países como España, México y Alemania, también existen esas tradiciones, igualmente arraigadas, desde la tomatina de Valencia o la Oktoberfest, el día de los muertos. Pero también muchas otras actividades, rutinas que generan identidad y cultura local.
En nuestra zona cuando consultamos espontáneamente por tradiciones arraigadas, la respuesta más común indica la Pampilla o la fiesta de Andacollo. Nuestras tradiciones generalmente se unen a la religión o a las fiestas patrias, sin embargo, tenemos un entorno natural que debería formar parte de nuestra identidad cotidiana.
Si sabemos que el mar y la montaña forman parte de nuestro paisaje, la pregunta es qué hacemos para vincularnos con ese entorno. ¿Somos montañeses?, ¿Nos identificamos y vivimos nuestro mar? La respuesta es que muy débilmente.
Hoy los municipios juegan un importante rol en la construcción de esas costumbres, ritos, prácticas que forman nuestra identidad cultural. EL municipio de Vicuña, por ejemplo, ha construido una rutina en torno a la montaña, convocando a especialistas, deportistas que se congregan para vivir el montañismo, desarrollar negocios, vincularse.
De la misma forma, la alcaldesa Norambuena tuvo la brillante idea de plantar un papayo en plena plaza de armas de La Serena. Algo tan sencillo, pero significativo para quienes sabemos de la tradición de nuestra tierra en torno a este fruto. Esto lo unieron a experiencias culinarias y desarrollo de productos.
En fin, la identidad cultural no es solo llenar los museos de huesos y vasijas. Significa construir rutinas que nos hagan sentido, que nos llenen de orgullo, que nos unan como comunidad.

Víctor H. Villagrán
Editor Semanario Tiempo

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