Atrás ha quedado una vez más nuestra alegre celebración de Fiestas Patrias. Instancia de cercanía y unidad ciudadana como ha sido siempre, en todo caso no exenta de riesgos impensados debido a la vehemencia propia de un exceso de ingestión de bebidas alcohólicas que suelen enardecen los ánimos y el impulso de realizar actos imprudentes que comprometen no solo nuestra propia seguridad sino sobre todo la de los demás, evidenciada por una seguidilla de rencillas y accidentes carreteros con resultado de muerte.
La mayoría de los ciudadanos procuró prepararse lo más adecuadamente posible para tan magna celebración familiar de acuerdo a sus posibilidades económicas, muchas veces incluso endeudándose para un mejor celebrar en aras a participar dignamente en la mayor celebración fraterna de nuestra Patria.
Aunque sin ánimo de aguar la fiesta es bueno recordar que hubieron años en que las cosas no sucedieron así. Es bueno hacerlo en especial en beneficio de los más jóvenes que no vivieron aquellos años o bien eran tan pequeños que no pudieron captar una situación que, para la mayoría de quienes lo vivieron y sufrieron en carne propia, constituye un capitulo de mejor no recordar, a sabiendas de que jamás lo podrán borrar de su mente.
Fueron años en que la discordia fue la reina de la fiesta. En que los ciudadanos se miraban unos a otros como enemigos irreconciliables Años en que se cometieron errores que no imaginamos en la actualidad en que lamentablemente ha vuelto a renacer la semilla de la discordia, que hasta ahora no ha alcanzado la magnitud de aquellos años, pero que se ha ido sembrando poco a poco por grupos herederos de quienes pusieron a dura prueba la estabilidad económica y democrática de nuestro país, añorando los lugares de privilegio que tuvieron sus predecesores en aquella época en que todos sin excepción sufrimos las consecuencias.
Época en que nuestro Banco Central no era autónomo como en la actualidad y dependiente en sus políticas económicas de lo que decidiera el gobierno de turno, que no dudó en tomar medidas abiertamente populistas, además de aprovecharse de recursos legales que habían quedado olvidados desde gobiernos anteriores para iniciar una seguidilla de medidas administrativas en beneficio de un Estado que actuó en forma implacable contra todas las actividades privadas apoderándose de ellas colocando funcionarios de una inexperiencia abismante a la cabeza, transformándolas inevitablemente en instituciones inoperantes.
A consecuencia de ello se fue complicando cada vez más la situación económica asociada a una inflación galopante y sin control que condujo a una escasez progresiva de productos básicos que estimuló el crecimiento de un mercado negro incontrolable mientras el gobierno afirmaba que el problema no se debía a sus erradas decisiones sino que a siniestros enemigos que atornillaban al revés y que escondían los productos, negando que la capacidad productiva del país había caído a los niveles más bajos hasta entonces conocido.
Raya para la suma: los ciudadano andábamos todos con los bolsillos llenos de billetes sin encontrar nada para comprar a menos que acudiera a un mercado negro que duplicaba o triplicaba el precio oficial de los productos básicos y poco antes de que ocurriera la debacle de 1973 los precios aumentaban no solamente de un día para otro sino en cuestión de horas. El pan que consumíamos entonces era un pan integral de sabor ácido y llegó un momento en que el propio gobierno tuvo que reconocer públicamente que no se disponía de harína para más de tres días.
Abrumadora situación si la comparamos con lo que vivimos en nuestros días en que no andamos con los bolsillos llenos de billetes pero podemos elegir y comprar con libertad lo que necesitamos para vivir de acuerdo a la decisión y posibilidades de cada cual. Hay quienes se han dado el trabajo por ejemplo de calcular cuánto nos costaría hoy comprar pan con la inflación de aquella época. ¡Nada más y nada menos que unos 9.000 pesos el kilo!. Imaginemos cuánto nos habría costado también hoy realizar un asado y otros menesteres para celebrar con estos valores.
Seamos agradecidos de lo que tenemos y disponemos hoy pese a una inflación que tanto nos preocupa y nos aflige. Es bueno recordar e informar a los más jóvenes de cómo fueron las cosas cuando se nos escaparon de control y no se dejen engañar por cantos de sirena de quienes nos proponen añejas recetas económicas que nos condujeron al borde de una debacle total.