En estos días que corren ha venido a mi mente impulsada por la imaginería, esa picara y juguetona hada que Santa Teresa de Jesús llamaba “la loca de la casa” en referencia a la imaginación que visualizaba como una poderosa facultad de nuestra mente pero también potencialmente desordenada y distraída que consideraba en ocasiones muy útil y creativa pero en otras extremadamente perjudicial y dispersa.
Ya estoy percibiendo que muchos se preguntarán a qué viene todo esto. Momentito, “que la están peinando”. Para ello tendría que recordarles que durante el siglo XX, especialmente hasta mediados de siglo, las mujeres experimentaban la desagradable situación de ser infravaloradas y mal vistas en lo que respecta a la creación intelectual y aquellas que tenían estas inquietudes se veían obligadas a ocultar la autoría de sus escritos bajo pseudónimos o nombres masculinos para que fueran aceptados en revistas, incluidas aquellas destinadas al mundo femenino. Realidad que venía de siglos y que afectó a tantas escritoras famosas como las hermanas Bronté, George Eliot, George Sand y tantas otras que tuvieron que ocultar su verdadero nombre para ser aceptadas.
Una de estas mujeres, aunque desde luego muy lejos de ser tan famosa como ellas, fue una hermana de mi padre que publicaba en la década de los años 40 diferentes cuentos y artículos de su autoría en una de las revistas de la época que no me atrevo a identificar, en respeto a su memoria y a la mía propia, debido a que no la conocí en persona debido a que lamentablemente falleció de una enfermedad incurable en aquella época a mediados de esa década dejándonos como herencia sus libros y escritos originales a los que nunca tuve acceso directo y que al parecer se dispersaron con el correr del tiempo quedando como único recuerdo familiar solamente la autoría del cuento que se ha transformado en una tradición: “La tortilla corredora”, la que nunca dejó registrada seguramente por pudor en tiempos en que nadie se preocupaba de este tipo de cosas sino simplemente a dar rienda a sus inquietudes literarias.
En todo caso como familia podemos sentirnos orgullosos de su vocación y es muy posible que de alguna manera hayamos compartido aquellos genes que me han impulsado a compartir tantas cosas por escrito, aunque sinceramente me siento muy lejos a alcanzar la creatividad e imaginería que la caracterizaba como persona. Lo considero simplemente como un precioso legado que recuerdo con respeto y que anhelo ojalá permanezca para siempre inserto en el espíritu de mi familia, pese a que ella no tuvo la gracia de tener hijos.
No puedo negar en cambio las ganas de volver a leer el cuento, que desconociendo su autoría, leí en forma fragmentada en revistas de mi infancia, y que la “loca de la casa” insiste en invitarme una y otra vez a recrear para mí mismo una historia engarzada en los tiempos actuales, que no me atrevo a abordar, incorporando como protagonista principal a la “democracia” como la mamá que confeccionó la tortilla para alimentar a sus siete hijos.
Claro que en este nuevo cuento los hijos serían mucho más numerosos si consideramos a todos los candidatos a presidente y los candidatos a diputados y senadores que corren detrás de la que suponen una muy sabrosa y milagrosa tortilla que los alimentará durante el devenir de los próximos años, en los que todos esperamos sean muy venturosos para todos los ciudadanos. Aunque nadie podría asegurarles a estas alturas que la tortilla sea tan sabrosa como esperan.